14 de abril de 2010

Una nota que nos sirve de inspiración



Parece que Xavier Velasco subio este artículo
a la red pensando en los habitantes del 4° 16.

La esmerada malhechura

“Malhechote”, lo llamaban a uno los profesores cuando hacía la tarea importándole un pito el tema del esmero. No reclamaban, pues, de acuerdo a la gramática, que uno hiciera las cosas con las patas, sino su mala hechura personal. Su baja calidad en términos biológicos. No era ya la tarea, como el alumno lo que no servía; por eso lo hacía todo como su cara. Curiosamente, solía ser nada menos que mi profesor de biología —una opinión a todas luces autorizada— quien más gustaba de etiquetarme así. Pero ni falta hacía, si ya a mis catorce años vivía convencido de ser un contrahecho emocional. Ahora bien, por más que uno se enseñe a negociar con sus carencias y se resigne a todo lo inminente, persiste la cosquilla de desafiar a la naturaleza. Escribir ya no tanto a pesar de la propia malhechura, sino precisamente a partir de ella. Dar a los sentimientos rengos y tullidos el privilegio de firmar la historia. Malhacerse a lo Escher: adrede, al infinito. Narrar desde la zona necia del instinto, un poco replicando el curso del destino, de forma que el error exija aterrizaje antes que corrección. Ir adelante con el disparate, darle alas al demonio menos presentable. Escuchar a Chet Baker y darse a ambicionar la ruina for art’s sake. Entramparse en un caos de horas en espiral y días que van y vienen como autobuses en los que nunca subes. Gracias, le dices al chofer que se detiene, pero voy para otra parte. Ni modo de explicarle que estás en una parte tan aparte que llevas años y años construyéndola a solas. Un sitio donde nadie sino tú puede entrar, y del que rara vez te permites salir. Una casa embrujada pero disfuncional, con los conjuros chuecos y los abracadabras salpicados de baches, donde eres albañil, carpintero, plomero, arquitecto, pintor, electricista, peón, decorador, detective, sirviente, capataz, chofer, mecapalero, coime, mayordomo, saqueador, secretario y otros quehaceres a menudo ingratos, como el de jefe de control de calidad: un sujeto mamón, desdeñoso y sardónico capaz de hallarle fallas al pubis de una diosa. Pero ese es su trabajo: aguar todas las fiestas menos la última. ¿No será que ese esmero es mera neura?, se preguntan mis seres queridos cada vez que, a juzgar por el genio de mierda que me cargo, dan por hecho que se me ha aparecido el diablo sin calzones. A veces, sin embargo, no quedan más demonches de los que uno consigue procrear. Esos mismos satanes por cuya descarada intromisión hube de sacar ceros en biología con tesón esmerado y fatalista. Ya veremos —se dice uno de noche, rechinando los dientes como un villano de Hannah & Barbera, con la luz apagada y las neuronas todavía trajinando— si vuelven a llamarme malhechote.



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