Muchos de los maestros de normal, también compraron su plaza. Además, se sabe que una de las rutinas de esas escuelas es la inflación de grados y la tendencia a nunca reprobar. “Habrá quien lo reconozca y quien no. A nosotros no nos importa, sabemos que este es el camino para construir una educación de calidad”. Felipe Calderón.
En su discurso de inauguración del nuevo ciclo escolar, el lunes 24, el Presidente le puso buena cara al Concurso Nacional para la Asignación de Plazas Docentes. El secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, se refugió en la formalidad para manifestar que no hay reprobados; por su parte, la presidenta del SNTE, Elba Esther Gordillo, culpó a las escuelas normales por los bajos resultados que obtuvieron la mayoría de los concursantes. Mucho optimismo discursivo, elogios a la transparencia, mientras se esconde la otra cara del Concurso.
El mensaje del Presidente tuvo tres componentes. Primero, una mirada al pasado: “Antes, las plazas de maestros se resolvían con una palanca, un contacto o a través de un compadre”. Dio a entender que esa es una herencia, no sólo de los tiempos del PRI, sino también del gobierno de Vicente Fox. Hoy, Calderón viene a poner orden.
En el segundo elemento de su pieza, el mandatario ratifica su alianza con el SNTE. Mi compañera Lilian Hernández lo citó: “Y la verdad, eso se está acabando gracias a la voluntad de los maestros que dicen que aquí en México las plazas ni se venden ni se compran ni se heredan ni se transan, las plazas se concursan y entran las mejores y los mejores maestros” (Excélsior, 25 de agosto). Asunto que merecería un aplauso si no fuera una verdad a medias. El Concurso sólo afectó a alrededor de 45% de las plazas, tanto de las de nueva creación como de las vacantes.
En respuesta a mi colaboración de la semana pasada, una maestra, quien se siente defraudada porque el año pasado ganó una plaza en el Concurso y no se la otorgaron, ilustra uno de los trucos que autoridades y líderes sindicales utilizan para mantener el clientelismo: “Las plazas generadas durante el ciclo anterior se habían repartido un día antes en la misma forma de siempre. Esto ya no me extrañó nada, pues el año pasado se hizo así; se metieron a los maestros como contratados y en enero se les basificó... Cuando un maestro se jubila, a otro se le cambia al lugar que éste deja, de este modo se justifica que las horas están cubiertas. Sin embargo, ya no se le da seguimiento a las que el segundo docente deja, porque éstas se manejan como cambio y no como jubilación, lo que les permite meter al docente que quieran”. Además, afirma que en Colima sólo pusieron a concurso una sola plaza de matemáticas para secundaria, por una hora a la semana. Me parece que el Presidente no es ingenuo, sabe de esas estafas, pero si no cuadra con su discurso, las ignora.
El tercer punto que manejó Calderón está en el epígrafe con que abro esta colaboración. A él no le importan los críticos, ya está seguro del camino que pavimentó la señora Gordillo. El secretario Lujambio hizo frente a la ola de críticas que señalaban que los “maestros reprobaron” o que “nada más 25% la hizo”. Explicó los términos del concurso: “Este no es un examen que se repruebe o se apruebe, es un examen que nos permite seleccionar a los mejores maestros”. Diáfano, pero formal. Las 18 pruebas, de 110 reactivos cada una, constituyen una evaluación global de las escuelas normales y, la verdad, están para llorar. Ojo, no es una descalificación general, hay buenas escuelas y otras donde núcleos de docentes preparados hacen su trabajo, a pesar de las malas condiciones. Pero muchos de los maestros de normal, también compraron su plaza. Además, se sabe que una de las rutinas de esas escuelas es la inflación de grados y la tendencia a nunca reprobar, aunque las competencias de los futuros maestros dejen mucho que desear.
Para Gordillo (quien padece serias deficiencias de lectoescritura), es una cuestión del currículum: mencionó que los bajos resultados que obtuvieron los maestros en la prueba no es culpa de ellos, “sino de que no se han reformado los planes de estudios de las escuelas normalistas” (sic). El plan de estudios vigente comenzó en 1997, pero no tocó el corazón de la tradición normalista ni acabó con el control que el SNTE ejerce sobre las escuelas, asunto que Gordillo no menciona, prefiere echarle la culpa al gobierno. Sabe que nadie de ese bando la desmentiría.
El Presidente asevera que se acabó la transa. Muchos lo dudamos. Nada más cambia de forma, y no del todo. Si él y el secretario de Educación Pública se decidieran a reformar el reglamento de escalafón —que no requiere la participación del Congreso— e institucionalizaran el Concurso, entonces tal vez algunos de los escépticos comenzaríamos a reconocer que se preocupan por la calidad de la educación. Aunque al Presidente no le interese lo que expresen los críticos.
Retazos
Hizo bien el secretario Lujambio en salir a frenar el rumor de que se eliminaban la Conquista y la Colonia de la historia de México en el nuevo plan de estudios. Desde hace mucho tiempo, esos temas se ven en cuarto año.
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